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domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO XL - EL JUICIO



 TRAISA



La celda olía a meado de perro resacoso. Llevaba varios días encerrada en aquel horroroso agujero y no acababa de acostumbrarse a aquel nauseabundo olor, era algo imposible de aguantar.
Días antes había visitado a Acero, pero esta vez la persona que estaba entre rejas era ella. A menudo se preguntaba que habría sido de la fuerte mujer. Tenía la certeza absoluta de que Acero, aunque estuviera cabreada con ella, jamás habría desaparecido sin llevar a cabo la tarea que le había encomendado. Por otro lado Jacq no había regresado, no al menos que ella supiera. Aquello le creaba bastantes dudas en su cabeza ¿Y si había enviado a Acero a una muerte segura? puede que el muerto fuera Jacq, ¿O quizás Acero había cumplido con su tarea y Jacq al llegar a la entrada del bunker descubriera que su hermana estaba muerta? En el caso de que aquel hombre se presentara allí, no sabría cómo explicarle lo acontecido con Poli, y lo único que no quería en esos momentos era tener más problemas de los que ya tenía.
Que ella recordara nadie había pasado tanto tiempo en aquellos calabozos como ella. La mayoría de las veces eran utilizados como escarmiento para los soldados que en horas de permiso libres, bebían más de la cuenta. Aquello no gustaba nada al General Sejo por lo que si descubría a alguno de sus soldados en estado de embriaguez, este pasaba un par de días encerrado en prisión para dormir bien la mona. Eso explicaría porque la celda olía tan mal, seguramente antes de que ella fuera encarcelada, algún borrachuzo se había encargado de perfumarla con sus fluidos corporales.
Sentía tal mareo a causa del pestazo que Traisa solo podía quedarse tumbada encima de la sucia cama y taparse la nariz con la manga de su camisa para disimular un poco el olor. Restos de comida en forma de vómito en una de las esquinas de la celda eran los causantes de aquel aroma.
-¡Joder como huele aquí!-escuchó al otro lado de la puerta, seguramente sería el soldado que le llevaba la comida todos los días, aunque la voz sonaba diferente-¡El soldado Guasón se la cogió de campeonato por lo que veo!
-¡Pero si hace como siete días que estuvo aquí!-al parecer esta vez iba acompañado-¡Tu montón de mierda levanta de la puta cama!
Traisa levantó la vista, por la rendija que había en la puerta, divisaba el típico casco de los soldados de la Hermandad del Rayo, alguien la reclamaba desde el otro lado.
-¡Tranquilitos!-espetó incorporándose con suma tranquilidad.
-¡De tranquilitos nada zorra!-protestó uno de los soldados-El general Sejo esta esperándote en la sala de los consejos ¡Hoy es tu juicio!
<< ¿Juicio?-se preguntó a si misma asustada>>
Los juicios con el general como parte del jurado tenían fama de ser una pantomima. Todos los acusados terminaban con la misma sentencia, condenados a muerte de un balazo en la sien.
-¿Y porque no me matáis aquí mismo y terminamos con esta farsa?-Traisa sabía de sobra lo que iba a pasar. Prefería morir en aquel apestado agujero antes que hacer el ridículo intentando defenderse ante Sejo y sus amigotes.
-¡Las leyes de la Hermandad dictan que todo soldado tiene derecho a un juicio justo!-respondió el soldado-Andando zorra, no esperes a que entre y te ponga maquillaje extra.
Traisa salió de la celda a regañadientes, custodiada por los dos soldados. Al menos habían tenido la amabilidad de no llevarla esposada, acto que con el resto de presos nunca tenían.
Dejar la peste atrás era lo mejor que le había podido pasar en los últimos días, pero conforme avanzaban por aquel lúgubre pasillo hacia la sala de consejos, un temblor en sus rodillas se hacía cada vez más presente.
Una vez dentro de la sala donde se iba a celebrar el juicio, Traisa comprobó como el General y sus secuaces estaban ya esperándola, sentados en sus sillas ejecutivas de cuero del antiguo mundo y, a juzgar por sus miradas, deseosos de ver como el verdugo apretaba el gatillo para acabar con ella.
-Nunca habría imaginado que me vería sentado aquí juzgando a dos de mis mejores hombres-comenzó el General Sejo, su cara quería expresar tristeza, pero aquella mirada parecía lanzar rayos de odio hacia ella.
<< ¿Que dos hombres?>> Estaba tan centrada en el jurado, que no se percato de que a su lado estaba sentado el Sargento Campos. A diferencia de ella, el si llevaba puestas las esposas magnéticas, tanto en las muñecas como en los tobillos.
El jurado estaba compuesto por el General Sejo, su gran amigo y putero, el general del ejército Andrian Bastao y el teniente general Natan Mano. El resto de la sala estaba vacío, la puerta cerrada a cal y canto, custodiada por dos robots centinela con los brazos armados en posición de ataque.
-¡Traisa en pie!-ordenó Natan Mano, ella no tuvo más remedio que obedecer y de inmediato se levantó de su silla- Se le acusa de alta traición, apropiación indebida de tecnología de la Hermandad del Rayo y del asesinato de Benito y el paciente llamado Poli ¿Cómo se declara el acusado?
-¿Y a ti que más te da?-espetó Traisa-¡Total acabareis matándome de todos modos!
-¡Con tu actitud solo conseguirás ser sentenciada a pena de muerte!-recriminó el general Andrian, aunque a ella eso le daba igual, cuanto antes acabara la pantomima mejor seria para todos desde su punto de vista.
-¡Déjate de protocolos de mierda!-gritó el General Sejo-Estos no son civiles y sabemos de sobra lo que han hecho. Ahora bien, quiero escuchar los motivos por los que cometieron tan deleznable acto.
-La culpa fue mía, Campos cogió el pájaro solo porque yo le obligué- Traisa intentaba cargar con todas las culpas. Campos era un hombre que la mayoría de veces pecaba de ingenuo en cuanto a mujeres se trataba y aquella noche no fue una excepción, ella se aprovechó de la debilidad que el sargento sentía por sus carnes para conseguir su fin. Motivo más que suficiente para no permitir que el pobre desgraciado, cargara con parte de culpa.
-¡No me jodas niña!-rechistó el teniente Mano, sentado a la izquierda de Sejo- ¿El Sargento del mejor escuadrón de la Hermandad obligado a punta de pistola por una simple curandera? Cuéntale ese cuento a otro porque este tribunal no va a tragarse esas mentiras.
-¡Fui yo!-Campos rompió el silencio que había mantenido hasta el momento-Yo cogí el pájaro, aprovechando el cambio de guardia, para dar un paseo nocturno con Traisa.
-Y estando al mando de la nave fue cuando Traisa te apuntó con la pistola-afirmó Natan Mano. Campos asintió con la cabeza. En ese momento le dio la impresión de que el Teniente, quería exculpar al Sargento y hacerla cargar con el muerto.
-Da igual quien apuntara-dijo el general con voz queda-Campos acaba de confesar que cogió el pájaro por su propia voluntad-se hizo el silencio durante unos instantes, Sejo con sus palabras había demostrado la culpabilidad de Campos, al menos la parte que le tocaba- Lo que sigo sin entender es-hizo una pausa para tragar saliva- ¿En qué pensabas Traisa cuando decidiste secuestrar el pájaro? ¿Por qué mataste a Benito y al paciente?
Traisa giró bruscamente la cabeza mirando hacia Campos, lanzándole una mirada de odio y desprecio. << ¡Mentiroso hijo de puta!>> El Sargento que tanto la amaba acababa de traicionarla. Sabía de sobra lo acontecido y por salvar su culo la vendió ante el general Sejo y sus secuaces. A ella no le importaba que la culparan por engañar a Campos, no le importaba que la culparan de secuestrar el pájaro o de llevarse a un paciente sin permiso y hacer a Benito cómplice ello. La dignidad estaba por encima de todo y por nada en el mundo, iba a cargar con los dos muertos. Ya lloró la pérdida durante los días en que estuvo presa en aquel maloliente agujero. No podía evitar sentirse responsable de lo que le pasara al muchacho y a la mujer. Si se hubiera quedado de brazos cruzados solo habría que lamentar una muerta y nada de esto estaría pasando, pero ahora el mal ya estaba hecho.
-¿Serás hijo de puta?-gritó sin dejar de mirar al Sargento. Deseaba tener en ese momento, un arma en sus manos para meterle un balazo entre ceja y ceja.
-Traisa por favor-dijo Sejo con tono serio-Responde a mi pregunta
-Yo no maté a nadie-fue su respuesta-Alguien disparó cuando bajamos Benito y yo del pájaro. Vi pasar un destello de luz parecido al de una célula de fusión por delante de mis ojos, rozando mi cabeza, y cuando miré hacia atrás, vi para mi pesar, que la bala había alcanzado el rostro de Benito, desintegrándole completamente la cabeza. Luego alguien me golpeó en la cabeza y quedé inconsciente. No recuerdo nada más hasta que desperté en la celda con un ojo morado.
-¡No hay humano, necrófago, mutante o animal que se crea esas patrañas!- protestó Natan Mano. Parecía indignado, como si la culpa de todos sus males fuera de ella.
-Yo solo quería salvar al paciente-explicó Traisa-Aquí hubiera muerto. Los medicamentos no hacían el efecto deseado, y la tecnología la cual disponemos, tampoco permitía realizar ningún avance. Todo fue un impulso, tenía la corazonada de que en el último punto donde recibimos señal del bot, se encontraba uno de los búnkeres del antiguo mundo. Sabemos de sobra que la tecnología pre-guerra, permite la curación de la mayoría de enfermedades que conocemos hoy en día. Tenía la esperanza de encontrar allí, el remedio para Poli.
-Actuaste a nuestras espaldas Traisa-el General se encogió de hombros- Y aunque tu voluntad de salvar una vida es muy loable, no podemos olvidar que violaste uno de los códigos más importantes de la hermandad. No es porque hayan muerto personas, no es porque secuestraras el pájaro. La tecnología del antiguo mundo es nuestro dios y tú pretendiste apoderarte de una parte de ella, sin contar con el resto de tus hermanos. Sea cual fuere el fin, eso es traición y este jurado no puede perdonártelo-<<O sea que ahora me sale con los salmos de los creadores de la Hermandad del Rayo. Esto no puede ir peor-pensó al escuchar las palabras de Sejo>>- ¡Yo, Sejo de la Palmera, Capitán General de la Hermandad del Rayo, te condeno a ti Traisa de la Sabo, a morir por traición!
Nadie dijo nada, pero el rostro de todos los integrantes del jurado, delataban la alegría que les había ocasionado su condena. No entendía el porqué de aquella reacción, pero tampoco era el momento de pensar en cosas negativas. Incluso cuando ya parecía que todo había acabado Traisa seguía intentando ser positiva.
No pudo evitar recordar el momento de la muerte de Benito, Traisa levantó la vista y vio en Sejo, la imagen sin cabeza del chaval. Parecía tan real que incluso la sangre del general manchó la mesa de madera antigua. El cuerpo mutilado quedó apoyado en el respaldo de la silla. La expresión que aquello dibujó en el rostro de cada uno de los integrantes de la sala, hizo comprender a Traisa que no se trataba de una alucinación suya.
-¡El maldito robot ha disparado al general Sejo!-gritó el general del ejército Andrian Bastao.
-Joder por fin consigo hacer hablar a esta mierda-una voz enlatada emanó del interior del robot centinela que supuestamente, había acabado con la vida de Sejo. Nadie de los allí presentes llevaba un arma encima. No estaba permitido acceder a la sala donde iba a tener lugar el juicio. Solo los robots que custodiaban la entrada estaban debidamente armados, y ahora aquello se había convertido en un problema para todos los allí presentes-Putos fanáticos obsesionados con la tecnología. Si alguien se le ocurre tocarle un pelo a Traisa, acabará con el mismo look que vuestro queridísimo general.
-¿Quien cojones te crees que eres?-preguntó el general Bastao con tono amenazante.
-La que puede volarte la cabeza en este momento si no mantienes la puta boca cerrada-fue la respuesta del robot. No tenía ni idea de que un droide, supiera hablar diciendo tantas palabrotas. Parecía como si alguien hubiera tomado el control del centinela.
-¡Vaya, un listillo que ha conseguido colarse en nuestro sistema de seguridad!- exclamó el teniente Mano-Hagas lo que hagas, ten por seguro que te encontraremos. Y cuando eso ocurra créeme, querrás estar muerto.
-No sé ni yo donde estoy, lo sabrás tu-las palabras del robot sonaban todas igual, sin entonación alguna, pero no hacía falta imaginar mucho para saber que estaba vacilándole al teniente. Podía palparse con los dedos, la tensión que había en esos momentos en la sala-Solo Traisa sabe donde estoy, por eso he venido aquí, para que me encuentre.
-¿Poli?- no podía creer que aquella voz enlatada, fuera la chica moribunda que dejó a las puertas del búnker.
-La misma-respondió el droide-A partir de ahora, yo asumo el control de este ejército. Mi hermano está de camino, dejareis que Traisa le ayude a encontrarme y cuando eso ocurra, os cederé de nuevo el control de la Hermandad y podréis hacer con ella lo que os venga en gana.
-¿Y si la hacemos cantar?-preguntó Andrian Bastao-¿Nos dejarías que la matáramos cuando nos dijera donde estas?
-Te crees que soy gilipollas-Poli no se tragaba la sucia artimaña que quería llevar a cabo el general Bastao. Traisa sabia de sobra que si les revelaba donde vio por última vez a la mujer que controlaba al robot centinela, acabarían con su vida, para luego concentrar todos sus esfuerzos en hacer lo mismo con Poli y quedarse con lo que fuera aquello que permitía controlar cualquier robot desde la distancia. Con una tecnología de esas características, cobrarían una importante ventaja en su particular guerra contra el Ejército del Pueblo Libre-Valientes imbéciles, os creéis que lo sabéis todo pero en realidad no sabéis nada. Como medida de seguridad, las empresas encargadas de fabricar los robots, dotaron a estos de un dispositivo de autodestrucción, que sería activado en caso de fuerza mayor. La explosión que originaria el droide es similar a la de una mini bomba nuclear. No es que haya muchos en Penélope o el Odín, pero si los suficientes como para hacer saltar todo por los aires. Tocarle un pelo a Traisa y en vuestra cutre y decadente ciudad solo quedará un inmenso agujero.
La sala enmudeció, Traisa no sabía si reír o llorar. Estaba horrorizada, sin quererlo, la vida de todos los habitantes tanto de Penélope como de Odín dependían de ella. La cosa empeoraba por momentos, habría sido mejor cargar con dos muertes que con centenares.
Con el general Sejo decapitado, la revolución dentro de la Hermandad del Rayo estaba asegurada. Aquel amañado juicio como los anteriores se había saldado con una vida.

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