MOSARRETA
Poder caminar otra vez era
lo mejor que le había podido pasar en la vida. Desde entonces pasaba los días
andando de un lado a otro del campamento de la Orden de San Juan de Dios. De
vez en cuando se permitía el lujo de echar una pequeña carrera, pero el dolor
que sentía en las articulaciones era tal, que aquello se convertía en un
infierno. Conforme pasaban los días el mal era menor, sentía como si se le
metieran un millar de astillas en cada articulación al moverse, pero el
sufrimiento no era nada en comparación a la independencia que aquellos pobres
desgraciados le habían otorgado sin motivo alguno.
-¡Ya no caminas como un
robot!-bromeó Hueter, uno de los necrófagos que le ayudó a sobrevivir.
-¿Y tú? ¿Qué haces aun aquí?-
días atrás Hueter comentó que iba a regresar a Mostonia, su pueblo, para poner
de nuevo en marcha su negocio, el cual había dejado apartado por un motivo que
no quiso contar. Escribía algo sobre un cuaderno con hojas sucias y
amarillentas, pero Mosarreta no le dio mayor importancia. Tampoco tenía
especial interés por los quehaceres de la gente en aquel deprimente sitio. La
mayoría de los refugiados agonizaban en camas improvisadas a la intemperie. Los
que más suerte habían tenido lo hacían dentro de unas tiendas de campaña,
hechas con tela vieja y palos de madera y metal. Las personas que conseguían
sobrevivir solían desaparecer de manera muy extraña, pero nada de eso le
interesaba. Mosarreta solo tenía ojos para sus nuevas piernas y el extraño
brazo robótico que Neil y el doctor le habían implantado.
-¡Me tome unas vacaciones!-
en el campamento había poco alcohol, pero las reservas se las estaba terminado
aquel necrófago borracho que no soltaba la botella ni para dormir- Aquí ya no
me queda nada, en verdad no me queda nada en ningún sitio- se encogió de
hombros- En fin hoy mismo marcho para Mostonia, espero que ningún malnacido
halla perpetrado mi bar.
-¡Suerte amigo!- Mosarreta
tendió la mano y Hueter se la estrechó, estaba en deuda con aquel necrófago.
-¡Por fin te encuentro!-
Neil se acercaba a toda velocidad reclamando su atención- ¿Podrías hacerme un
favor?
-¡Depende de lo que se
trate!- espetó Mosarreta, parecía que Neil tenía trabajo para él y aquello no
le gustaba un pelo, no estaba dispuesto a ser la putilla del necrófago.
-Necesitamos chapas para
comprar medicamentos y solo disponemos de esta servoarmadura que tan
gentilmente nos ha cedido nuestro compadre Hueter, pero ningún comprador-
lamentó Neil- Cercano al campamento se encuentra Salatiga, una pequeña ciudad
levantada de la nada, rica en comercio. Busca a Gaspar, un viejo borracho que
se encarga de reparar armamento. Él pagará un buen montón de chapas por la
coraza.
Salir de aquel deprimente
lugar no era tan mala idea, aunque fueran unas horas, le vendría bien caminar y
poner a prueba su nuevo brazo.
-¡Está bien!
-Dirígete hacia el sur por
la carretera, no te resultará difícil encontrarlo, seguramente toparás con
muchos comerciantes camino de Salatiga-dijo Neil alegremente mientras le
entregaba una enorme mochila.
<< ¡Sera capullo!-maldijo
en su interior al ver aquel bulto-¡Voy a parecer un puto burro de
carga!>>
-¡Una última cosa!-intervino
Neil de nuevo-Para que Gaspar sepa que vas de mi parte vístete con esta túnica
de la orden. Yo en tu lugar no iría luciendo tu nuevo brazo, a los bandidos les
suele gustar mucho este tipo de tecnologías y te puedes meter en problemas. La
túnica te servirá para disimularlo.
Aquella sotana olía
horrores, como si un perro mojado hubiera dormido envuelto en ella, aunque el
color negro y la extraña cruz roja que llevaba bordada en el dorsal, le daba un
toque un tanto siniestro que a Mosarreta le encantaba. Rápidamente se enfundó
el hábito, cubrió su cabeza con la capucha y cargó la mochila a su espalda.
-¡Joder, pareces el puto
diablo!-bromeó Hueter que no dejaba de reír a carcajadas.
-Si te digo a lo que te
pareces tú...- aquello no pareció molestar al necrófago el cual, no paraba de reírse
de él-¡Me voy!
La mañana había sido soleada
como casi todos los días de aquel caluroso verano, pero pasado el mediodía un
oscuro nubarrón comenzó a formarse en el cielo de la región con claras
intenciones de dejar una buena tormenta a su paso.
Mosarreta comenzó su
andadura en dirección sur por la carretera, conforme le había indicado Neil. La
vía estaba destrozada en su mayor parte, solo quedaban restos del material que
antiguamente habían utilizado para construirla. Algunos tramos estaban borrados
por completo, decenas de vehículos abandonados se amontonaban en las cunetas,
estos eran mejor guía para seguir el camino que la inexistente calzada.
Cargar con la servoarmadura
a sus espaldas era como cargar con una roca, pesaban similar, o al menos eso le
parecía a Mosarreta.
Llevaba un buen rato
caminando cuando divisó a lo lejos un burro de carga, acompañado de cuatro
hombres y una mujer. Al parecer la señora era la dueña y el resto por las
pintas que llevaban mercenarios a sueldo, contratados para mantener a salvo las
mercancías. Circulaban tan lentamente que Mosarreta no tardó en alcanzarles.
-¡Un seguidor de San
Juan!-gritó la anciana al verle-Pasa hijo, pasa. Este burro es tan viejo que ya
le cuesta mucho andar con el lomo cargado.
Los mercenarios miraban a
Mosarreta con cara de pocos amigos, pero la amabilidad de la mujer era
suficiente motivo como para que no se sintieran amenazados.
El cielo estaba cada vez mas
encapotado, las primeras gotas comenzaban a caer, el olor a tierra mojada era
cada vez más notable.
Por suerte Salatiga estaba
cercano, Neil tenía razón cuando dijo que a la izquierda de la carretera lo divisaría
y así fue. Varios grupos de comerciantes se amontonaban en la puerta haciendo
sus negocios. Armas, comida, ropa vieja, intercambiaban cualquier cosa y discutían
por el precio. La lluvia era cada vez más intensa pero aquello no parecía
importar a los comerciantes ya que continuaban con sus trapicheos como si nada
estuviera pasando a su alrededor.
A la entrada del pueblo
Mosarreta preguntó a un lugareño por el tal Gaspar.
-¡Continua por esta senda, bordeando
la muralla hasta que veas una choza que en la entrada pone "Conde de la
torre", allí lo encontraras!-explicó muy amablemente el lugareño. Un joven
canijo con una buena mata de pelo en la cabeza.
Las casas parecían amontonarse
una encima de otra en aquel pueblo. Se hacia difícil ver donde acababa una y
donde comenzaba la otra. Siguiendo la senda descrita llegó finalmente a la
choza, donde un cartel hecho con un tablón de madera tenia pintado con bastante
mala letra "Arreglos conde de la torre".
Al llegar a la puerta
comprobó que estaba cerrada a cal y canto. Con los nudillos golpeó varias veces
la madera.
<< ¡Fijo que de un
puñetazo reviento esta mierda!-pensó al escuchar el sonido hueco que producía
la puerta al golpearla-¡Mejor no levantar sospechas!>>
-¡Ya va cojones!-protestó enérgicamente
alguien desde el interior de la vivienda-¡Ya va!
Un hombre de mediana edad,
con mirada amenazadora y cuatro pelos colgando de su brillante calva abrió la
puerta.
-¡Hombre a ti te esperaba
yo!-dijo el hombre al verle. Mosarreta comprendió que lo había reconocido por
la túnica de la orden porque no conocía de nada a aquel hombre y dudaba mucho
que a él le conociera.
-¡Busco al viejo Gaspar!-un
fuerte relámpago cogió desprevenido a Mosarreta que del susto dio un pequeño
salto.
-¡Se avecina tormenta!-dijo
el hombre mirando hacia el cielo-Gaspar soy yo. Y no soy mucho más viejo que
tú. Así me llaman los vecinos de este puto pueblo. Bueno a ti no te importa
esta historia. ¿Qué vienes a traerme la servoarmadura?
Mosarreta asintió con la
cabeza, dejó la mochila que llevaba colgando de la espalda en el suelo y la
abrió para que Gaspar pudiera ver la coraza.
-¡Así me gusta!-dijo Gaspar
con una sonrisa en la boca al ver la servoarmadura-¡Rápido y limpio! ¡Aquí
tienes lo acordado con quien te manda! ¡Ahora largo de aquí!
Gaspar tiró un saco lleno de
chapas y sin darle tiempo a contarlas recogió la mochila y de un portazo cerró
la casa.
Una anunciada lluvia cogió
fuerza, el cielo había oscurecido, parecía de noche pero aun estaba
atardeciendo. El agua penetraba en la tierra reseca formando barrizales y
pequeños riachuelos que desembocaban en lo más hondo de Salatiga.
Mosarreta cogió el saco de
chapas de Gaspar y buscó algún bar donde refugiarse hasta que pasara la
tormenta. Comenzó a sentir miedo porque no sabía si los aparatos que le había
instalado Neil y el doctor de la orden serian impermeables al agua, o por el
contrario acabarían por electrocutarlo.
Finalmente, buscando entre
aquel cumulo de casas en lo más bajo de Salatiga encontró lo que parecía ser un
bar. "Bar Budo" era lo que ponía el cartel de la puerta, pintado de
forma similar que la casa de Gaspar.
Al entrar en el local, el
olor a humo que imperaba en aquel sitio le recordó mucho a las timbas de póker
que jugaba cuando servía a la Banda de los Trajes Grises, pero allí no había
nadie jugando a las cartas, solo borrachos batiéndose en duelo por ver quién
era el mas alcohólico. << ¡Seguro que aquí Hueter se sentiría como en
casa!-pensó nada más ver a los viejos beber como posesos>>
Solo había una mesa libre,
esta se encontraba al fondo del local, en una de las esquinas. Mosarreta se
apresuró a tomar sitio, como si tuviera miedo de que alguien le robara el
sitio. Odiaba beber de pié.
El posadero tardó poco en
acercarse, Mosarreta pidió una botella del mejor Whisky.
-¡Hijo si consigues bebértela
entera y no morir en el intento es que no eres de este mundo!-bromeó el
posadero. Poco le importaba el coste en chapas que tuviera aquel capricho, era
el justo pago por el recado que le habían mandado.
Al momento, el camarero
regresó con una botella llena de lo que parecía ser Whisky y un vaso que al
observarlo más detenidamente, parecía que lo hubieran lavado con el agua
embarrada que corría por las calles del pueblo.
Mosarreta se sirvió un vaso llenándolo
hasta rebosar, primero dio un pequeño sorbo y el resto se lo acabó de un trago.
Al probarlo la limpieza del vaso pasó a ser una mera anécdota. Aquel whisky no
era el mejor que había probado pero a punto estuvo de serlo, estaba delicioso.
El hábito de la orden estaba
empapado de arriba a abajo, en otras condiciones Mosarreta se habría desecho de
él, pero allí solo había desconocidos y no sabía como reaccionarían si lo
vieran con nueva apariencia.
De entre todo el murmullo de
la gente, una tímida risa femenina le resultó familiar. Sin levantarse de la
mesa, miró detenidamente a cada una de las personas buscando aquella familiar
sonrisa.
<< ¿Que ven mis
ojos?-pensó al divisar a la mujer de la sonrisa familiar-¡La zorra ha hecho
amigos!>>
Allí estaba, en aquel antro,
con la cabeza apoyada sobre pecho de un hombre, el cual la sujetaba firmemente
posando las manos en su cintura, acompañada de un gran perro y una atractiva
mujer de mechas rubias. Como tanto había deseado Mosarreta, Cristine sobrevivió
a la explosión y ahora la tenía a la otra punta del bar, sin que ella se
hubiera percatado de su presencia. Gracias a la túnica había pasado desapercibido
por delante de aquella zorra, aquella malnacida que le dejó sin poder caminar
durante muchos e interminables días de su vida.
Mosarreta tiró de la
capucha, ajustándosela para que nadie pudiera ver sus ojos y le tapara la mayor
parte posible de su rostro, pero que a la vez le permitiera seguir observando a
Cristine.
Concentrado y bebiendo
pequeños sorbos de Whisky, Mosarreta imaginaba cientos de modos de acabar con
ella, cada uno con más sufrimiento que el anterior. Tanto pensar le estaba
produciendo dolor de cabeza, o quizás fuera la media botella que ya se había
bebido. Una idea aun más cruel le vino de pronto a la cabeza. Matarla no era
suficiente dolor, era mejor hacerla sufrir en vida, quitarle lo que más le
podría importar en esos momentos, y al parecer su objetivo, era aquel hombre
que tanto la miraba con deseo y la besaba con ternura.
Allí dentro era un suicidio
comenzar una pelea, así que decidió esperar a que abandonaran el local,
mientras, en aquella larga espera dedicó su tiempo a terminar la botella de un
Whisky que cada sorbo hacia aumentar la ira que sentía hacia Cristine.
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